Recuerdos y sensaciones a la orilla del río
José Mª Villarroel Díez (CHEMA)

 

Artesanía a la orilla del río
El pescador en aras de conseguir los mejores trofeos (truchas nos referimos) desde siempre ha ido buscando y perfeccionando sus montajes de mosca artificial, ya sea en seca, ninfa o nuestras más tradicionales ahogadas.

Para conseguir unas buenas imitaciones hoy en día disponemos de innumerables artilugios;  tornos, porta bobinas, anudadores… y un sin fin de materiales de montajes en forma de hilos, plumas… etc., con las que conseguimos unas imitaciones que a veces rayan el mismo realismo. Para el pescador-montador de hoy en día sería imprescindible y casi irrenunciable su mesa de montaje con todo ese material a mano y de tan diversa gama que muchas veces nos complican más la cosa por no decidirnos en el material a usar buscando siempre esa imitación que nos haga pasar buenos ratos en el río proporcionándonos buenas capturas.

Hubo un tiempo y no demasiado lejano que el pescador-montador nada de estos artilugios modernos le hacían falta, tan solamente unos pocos hilos, plumas y sus manos le eran necesarias para confeccionar esas imitaciones que a la postre le resultarían extraordinariamente efectivas. Nos estamos refiriendo a una «especie» de pescador en extinción y que conservaba esa parte romántica de la pesca que hacía de estas personas ser unos auténticos maestros en el tema del montaje.
Ese pescador que llegaba a la orilla del río y sin ninguna prisa se sentaba tranquilamente a fumarse aquellos pitillos confeccionados por él mismo, con aquél «caldo» que cuando le pegaba una calada parecía una locomotora de las mikado de aquellas antiguas, observando el río veía caer los mosquitos al agua, esperaba un rato y cuando se cebaban intentaba coger aquellos insectos que las truchas comían con tanto ánimo. Entonces el pescador con delicadeza cogía entre sus manos esos mosquitos y los examinaba perfectamente y sin prisa pero sin pausa se ponía manos a la obra y el protagonismo de la artesanía se ponía en marcha.
Del bolsillo de su camisa sacaba su carterita, era una pequeña cartera, en la que llevaba todo el material de montaje, si, si, todo el material y no le faltaba de nada porque sencillamente no le hacía falta más. Aquella carterita contenía unas hebras de hilos de seda de colores y unos cabos para las brincas, en otro compartimento un par de plumas, pardo e indio y unos pocos anzuelos. Con  una mano sujetaba el anzuelo y con la otra iba dando forma a esa mosca intentando imitar fielmente a esa otra que había recogido del agua, era
pura artesanía y una delicia el contemplar como de aquellas manos artesanas «nacían» aquellas moscas y ¡que moscas, madre!.
 Aquellos «artesanos» parecían que tenían un don especial que hacían que de sus manos salieran aquellas moscas tan estupendas y que hoy día nos resultaría jocoso el pensar que se pueden montar moscas de esa forma. Todavía, hoy, en algún lugar se puede ver a estos verdaderos artesanos que con paciencia montan sus moscas de esa forma tan tradicional, son verdaderos maestros y esa forma de ver el montaje no debiera perderse nunca ya que, como digo, conserva ese romanticismo que el pescador lleva dentro. Es apasionante montar tus propias imitaciones, si pescan ya es todo un éxito, pero poder montar tus moscas a la orilla del río sin más herramientas que tus manos solamente verdaderos artesanos pueden hacerlo, pero si lo conseguimos y nuestras moscas pescan habremos conseguido lo que conseguían hacer aquellos pescadores tan tradicionales que no es otra cosa que verdadera artesanía a la orilla del río.