Pescando a la leonesa.
    Solo quiero pescar, olvidarme de quehaceres y seres. Caminar senderos, vadear ríos y arroyos, ver rebrillar el sol en los mil espejos que la libertad del agua me regala. Solo quiero pescar, con la música del viento, el silencio de una mariposa y el frescor de la ribera. Solo quiero pescar, para sentir la libertad del río, de los peces y la brisa.
 Hacía tiempo que no pescaba el río Curueño por debajo de La Vecilla, a la altura del camping, así que decide no postergarlo más y me puse en marcha. La mañana fresca y nublada me transmitía buenas sensaciones. Empecé bien, pronto tuve recompensa, una buena trucha me entró al rastro y tras el trastéalo correspondiente entró en la sacadera. Un pescador llegó a mi altura y se paró a charlar. Había pescado a cucharilla y ya se retiraba, me comentó que llevaba unos días pescando muy bien por esa zona y que temprano no había competencia. Se despidió deseándome suerte.

 

 Aquí el río Curueño deja de estar encajonado,  viaja entre prados más tranquilo y menos cantarín, pero su cauce sigue siendo pedregoso y de difícil vadeo. Hay eclosión, veo pardones y otras efémeras más pequeñas que no llego a distinguir, en superficie no hay cebadas pero a las ahogadas entran bien. Un indio acerado con brinca burdeos y un pardo tostado son sus preferidos, da gusto tener estos ratos de disfrute, no son truchas XXL, pero salvo excepciones dan bien de la talla. A las 16,30 dejaron de comer y fue entonces que se me acordó el bocata.
Como dije, hacía mucho tiempo que no pescaba esta zona y me he quedado gratamente sorprendido de la cantidad de truchas que tiene, que bien…repetiremos.