ENTRE   DOS    AGUAS                   
    Había una vez un medio físico denominado agua, origen, según los investigadores, de todos los conceptos y formas de vida animal y vegetal que existen o pudieran haber existido.
Colaborando con el Sol en esa perfecta simbiosis de humedad, luz y calor, caldo de cultivo germinador, potencial sin límites, había dedicado su existencia al arte de la creación perfecta. Sus obras, no por conocidas menos importantes, fueron todas: desde el protozoo y la ameba hasta el rorcual azul o el dinosaurio; desde el liquen al maobab, todos los organismos vivos, simples o complicados, diminutos o gigantescos, la entretuvieron en su espíritu creador durante miles de millones de años, tantos, que su memoria no era ya capaz de recordar el punto de partida. Ayudó mientras tanto a la evolución de todos ellos, dedicándose sin descanso al perfeccionamiento de sus órganos, según sus fines. Así, desarrolló y adecuó sus miembros en función del medio, dotando, por ejemplo, de branquias y aletas a los acuáticos, derivando probablemente hacia los anfibios para llegar a los terrestres y, desde allí, dominar también el aire a través de las aves. Tan entrecruzado y complejo tipo de evolución llegó a la consecución de seres tan completos como las anátidas u otras aves buceadoras, dominadoras de los tres medios, o como los ya mencionados anfibios, capaces de respirar dentro y fuera del agua, etc.
      Fueron tantos los tiempos dedicados a crear y a evolucionar que, pasadas las sucesivas eras, con sus probables millones de milenios de aportación vital, de adecuadas soluciones, de adaptaciones constantes, también (¿por qué no?) de imprevistos cataclismos, y cuando ya los mayores desequilibrios entre seres vivos sólo se producían para guardar el equilibrio ecológico, sin permitirse nunca el atrevimiento de llegar al exterminio, he aquí que,  bien por un desliz en la dosificación de influencias evolutivas; por un matiz de temperatura; por presiones exógenas imprevistas; por no se sabe qué carencias o abundancias, qué fatalismo; sin duda por un imperdonable error, una especie de individuos inició el despegue de las normas; la separación de los instintos; la autonomía diferencial; el poder del discernimiento; la clave comparativa; el aprovechamiento del esfuerzo; la dominación cerebral del medio. A partir de un primate denominado homínido comenzó la evolución de la mente y, por tanto, la diferenciación de todas las demás formas evolutivas basadas en el principio de la perfección física.

 

     Nuestra madre agua, sin darse cuenta aún del alcance del nuevo cambio, siguió colaborando con su sinigual pureza a la limpieza del mundo, siempre por el camino de la perfección creadora, y cuyo mejor exponente parecía ser la nueva familia de individuos, de cerebro dúctil y cambiante, capaz de empezar a pensar de manera individual y diferente. En fin, un prodigio.

 

La nueva especie no sólamente se distanció de las demás como cohabitantes de un mismo espacio, sino que las consideró como suyas, dando lugar al comienzo de la desigual y progresiva explotación a la que se han visto sometidos desde entonces todos los componentes de los tres “reinos”: animal, vegetal y mineral. El sentimiento de posesión arraigó tan profundo que, no conforma con apropiarse, usar, deteriorar, destruir o exterminar cuanto se ofrecía a su alcance, se creyó con el omnipotente derecho de someter también a los individuos de su misma especie más pacíficos o menos evolucionados.
     Se acuñaron los términos civilización y salvajismo para demostrar las diferencias y justificar la explotación. Así, los grupos llamados civilizados se comportaron salvajemente con los llamados salvajes, esclavizándolos y exterminándolos. Cuando los llamados salvajes aprendieron a comportarse como civilizados, el salvajismo quedó erradicado de la faz de la tierra. ¡Ahora todos estamos ya civilizados! ¡Sobra paz en el mundo!

 

 

            Así, los nuevos grupos civilizados trataron a nuestra progenitora como a una esclava, consumiéndola, degradándola y humillándola hasta los extremos más insólitos (como llamarla H2O), supeditándola siempre a los avatares del beneficio material, en detrimento del beneficio natural, argumentando las más interesadas que interesantes elucubraciones filosóficas, queriendo demostrar y justificar su hegemonía destructora. No obstante, el megalómano rey de la creación, no tendrá otro remedio que reconocer su dependencia, de por vida, de una madre tan generosa que devolverá pureza por suciedad, bondad por mal trato, hasta tanto su ya gastado poder de regeneración alcance.
      En los últimos tiempos, agobiada bajo el peso de los achaques; atacada sin consideración desde todos los puntos cardinales; bombardeada con emisiones de gases por el aire; con excrementos, detergentes, ácidos, etc., en las costas y en los ríos y arroyos, ha tenido que contribuir contra su voluntad a sacrificar una buena parte de su propia creación, arrastrando y siendo portadora de los venenos que su desnaturalizado hijo , el perfecto, ha esparcido sin tasa ni medida por el orbe.
     Hubo un tiempo reciente en que, previendo su impotencia para repeler todas las guerras en sus infinitos puntos de localización, intentó concentrar sus esfuerzos en un hipotético cuartel general situado en las profundidades de las grandes simas oceánicas, desde donde poder regenerarse e impulsar las grandes corrientes, que lavarían y asearían todos los litorales. Pero he aquí que, el homínido “sapiens” (no sé si de batracio o de sabiduría), comenzó a fabricar energía con un nuevo procedimiento altamente contaminante y peligroso, pero productor de grandes beneficios económicos temporales para sus promotores. Las centrales nucleares se diseminaron por todo el planeta, produciendo ingentes cantidades de residuos radiactivos. Como no se sabía qué hacer con ellos, se afianzó y llevó a efecto la idea de hacerlos desaparecer de la vista (ojos que no ven…) creando unos cementerios nucleares, antesalas del verdadero infierno, donde ir acumulando miles de toneladas de estos detritus, bajo la mentirosa garantía de su aislamiento total, dentro de bidones herméticos… Desde entonces, estas grandes simas marinas vieron descender sin tregua la lluvia de fatídicos bidones, al mismo tiempo que los cementerios terrestres iban llenándose y precintándose bajo tierra. En ambos casos, sea por filtraciones desde la superficie o por corrientes internas, o bien por contacto directo, nuestra madre agua ya no sabe qué camino seguir para volver a encontrarse a sí misma, sin ser al mismo tiempo el vehículo de transporte y difusión de la radiactividad almacenada, so pena de ocurrir un terremoto o maremoto que afectase a estos infiernos.
    Y, para colmo, mientras se propaga a los cuatro vientos la preparación de la más hipócrita cumbre de políticos prepotentes, saturados, eso sí, de intenciones no confesables sobre el medio ambiente (al que todos presumen de querer respetar, mientras lo asesinan alevosamente por la espalda), se comete contra ti, madre agua, un nuevo intento de parricidio, infiriéndote otra monumental herida de proporciones y consecuencias catastróficas. Me refiero a la guerra de los golfos, donde se defendía la posesión del petróleo rociándolo sobre ti y quemándolo. Así, además de tu extensa quemadura, dejaron allí sus vidas todos tus hijos de aquel mar y aquellas costas, y cubrieron de luto el cielo ennegreciendo hasta la luz del Sol, contaminando aún más tus almacenes aéreos de agua pura. ¡Fue un proceso de destrucción ejemplar! Luego, cuando la cumbre se llevó a cabo, todos prometieron (que no juraron, para no cometer perjurio), que serían considerados contigo y con tus otros hijos, tomándose, eso sí, un plazo prudencial de bastantes años de adaptación… Para entonces…¡¡TODOS CALVOS!!
  Y tú, agua, que fuiste germen y evolución de la vida, madre de todos los seres, ejemplo de pureza original y de generosidad sin límites, te ves predestinada, de momento, a ser el lavadero de todas las letrinas, fosas sépticas, establos, antidepuradoras municipales e industriales; el vehículo de transporte de humos y gases tóxicos, de radiactividad, y la esclava en fin, de ese homínido a quien ayudaste a evolucionar y que, de no ocurrir un verdadero milagro o cataclismo, acabará con tu pureza y virginidad y terminarás siendo el almacén de todos los venenos mas letales, colaborando sin querer a la destrucción de todo lo que te costó tantos millones de milenios de genial y paciente creación.
            Cuando hayas conseguido colocarle el R.I.P. a la especie endiosada que osó desafiarte, comenzará el nuevo ciclo de regeneración integral, hasta llegar a conseguir tu estado original, desde donde poder comenzar un nuevo proceso de creación, cuidando con esmerada meticulosidad de que ningún desliz en la evolución pueda llegar a transformar nuevamente al sapo en “sapiens”.

 

 

Por Ordoño Llamas Gil – ( 07-09-92 )